Los sucesos ocurridos en nuestro país no son simplemente azarosos ni menos incoherentes con la desestabilización que el modelo hegemónico de mercado impone a todo el globo. Es una escala de descontento cívico-popular que se vive desde el Magreb hasta la misma península ibérica, desde la tierra de Aquiles hasta Latinoamérica, y que aglutina demandas variadas y una fuerte critica a lo establecido no por mera conveniencia o antojadiza idea “subversiva” como algunos lacayos del capital usurero esgrimen, sino por el contrario, se debe en su mayoría al descontento e indignación de una ciudadanía que vio en la clase política una estafa, un robo y una representatividad muerta.
En este preciso instante se lleva a cabo un suceso único e irrepetible en la historia política de Chile: la organización popular fuera de las lógicas partidistas arcaicas y degeneradas.
El pensar en un país donde las brechas de acceso real a la riqueza (capital que generan los propios trabajadores) sean más equitativamente distribuidas y no tan extrapolada como lo es hoy, donde la salud, nuestros recursos naturales y la educación por ejemplo, sean un tema central y no una nimiedad destinada al lobby, es algo que las personas en conjunto deben decidir y no un grupo reducido con ansias de poder. No es una bofetada simplemente a la derecha chilena (todo sensato sabía de antemano como serían sus políticas) sino también a la concertación, a los partidos, a las cúpulas, a las directrices rígidas y antidemocráticas, a la larga historia de disensos y consensos que se institucionalizó como norma.
El movimiento estudiantil actual–para quien lo vive desde el interior y no desde la simple caja idiota- es mucho más que una sigla federativa, mucho más que un grupo de voceros, de cabecillas y seudo caudillos de la verdad, es una amalgama de organizaciones, colectivos y en general, personas conscientes y dispuestas a un cambio, un cambio que le beneficiaría a una mayoría y no a una oligarquía como lo ha sido desde siempre en este país.
El pensar en un país donde las brechas de acceso real a la riqueza (capital que generan los propios trabajadores) sean más equitativamente distribuidas y no tan extrapolada como lo es hoy, donde la salud, nuestros recursos naturales y la educación por ejemplo, sean un tema central y no una nimiedad destinada al lobby, es algo que las personas en conjunto deben decidir y no un grupo reducido con ansias de poder. No es una bofetada simplemente a la derecha chilena (todo sensato sabía de antemano como serían sus políticas) sino también a la concertación, a los partidos, a las cúpulas, a las directrices rígidas y antidemocráticas, a la larga historia de disensos y consensos que se institucionalizó como norma.
El movimiento estudiantil actual–para quien lo vive desde el interior y no desde la simple caja idiota- es mucho más que una sigla federativa, mucho más que un grupo de voceros, de cabecillas y seudo caudillos de la verdad, es una amalgama de organizaciones, colectivos y en general, personas conscientes y dispuestas a un cambio, un cambio que le beneficiaría a una mayoría y no a una oligarquía como lo ha sido desde siempre en este país.
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