Sí. Es una recopilación de 90 columnas que he escrito a distintos medios, con distinto tono, y lo que quisimos es que fuera un recorrido por los últimos tres años del llamado conflicto mapuche. Están las huelgas de hambre, los presos políticos, los conflictos, los intentos de los mapuche de dialogar, los intentos del gobierno de no dialogar. O sea, hay una especie de avance que pasa por la muerte de Matías Catrileo, de Mendoza Collío y llegas a la muerte del sargento de Carabineros de este año y vas dando cuenta de una historia donde no hay ningún actor, ni siquiera mapuche, que esté a la altura del conflicto. Está tratado como dos sectores que a ratos se retroalimentan y que pareciera ser que a ninguno de los dos le interesa resolverlo.
¿No les interesa resolverlo?
Claro, por un sinfín de intereses. En el caso de las autoridades, intereses electorales. Hay autoridades que hacen campañas con el terrorismo mapuche y salen electos, como Espina y ahora el colorín Edwards. O el negociado de las tierras, lo que se transformó en un gran negociado para los corredores de propiedades y muchos latifundistas quebrados hace décadas porque el gobierno abandonó la agricultura hace mucho tiempo atrás, no por culpa de los mapuches. El conflicto a ellos les cayó del cielo porque creó una especulación tremenda. Entonces, hay varios actores que han surgido del reporteo cotidiano que te hacen decir ‘aquí nos están pasando gato por liebre’. Este conflicto tiene, a ratos, bastante poco de conflicto histórico, que no lo niego, existe, pero que tiene mucho de ganada pequeña.
También hay conflictos por la representatividad
Hay grupos muy pequeños, clanes familiares incluso, que se autoarrojan la representatividad de todo el pueblo mapuche. Y nosotros somos más de un millón de personas y el 70% vive en Santiago. Entonces, tú tienes grupos pequeños que pelean por quién la lleva en el conflicto y entonces es un juego bien macabro al final. Yo no reporteo desde la emoción de ser mapuche, al principio lo hacía, pero entendí que tengo que situarme sobre lo que está sucediendo para ser autocrítico de lo que sucede. Porque no tenemos que dudar solamente de la versión oficial del gobierno, de repente también hay que dudar de la versión oficial de los peñis. Si no hacís propaganda. Y en mis columnas siempre trato de plantear cosas como ésta.
¿Cómo qué cosas?
Mira, cuando hago reportajes son mejor recibidos que cuando hago columnas. Con los reportajes pongo a las dos partes, pero en las columnas es una voz más personal. Informada también, soy responsable en ese sentido. Y generalmente esas no gustan mucho porque hago mucha autocrítica. Y hay grupos, radicalizados un poco, a los que no les gusta eso. Hay mucho del “y éste que está hablando, qué se cree” y yo les digo “loco, soy periodista y tengo todo el derecho de opinar”.
Tú siempre has aclarado que no eres vocero o representante de ellos.
Si po. Bueno, eso pasa también porque se ha generado una relación entre el Estado, el pueblo mapuche y los medios que es bien perversa. Los medios están acostumbrados a que si surge un mapuche que se destaque por cualquier cosa, algo bueno o algo malo, los medios lo agarran y ya pasa a ser el vocero, el portavoz oficial. Pasó con Aucán, después con Aucalaf, con Llaitul, con Natividad, Ancalao en la Femae. Siempre los medios andan buscando el Lautaro de turno y yo no represento a nadie, ni a mi hija, si hasta ella me contradice. Es como de manual de periodismo de que no cualquier mapuche por aparecer en los medios es el toqui. Y en el caso mío es peor porque, con excepción de mi gran amigo Andrés Caniulef, no hay más existencia de un mapuche escribiendo o en prensa. Y como él habla de farándula no lo webean. A mí me toca hacer escuela y llevarme todos los palos. Ahí tengo que asumir los costos de hacer públicas mis ideas.
De todas formas la gente sigue a Cayuqueo, ya tienes una firma.
Si, bueno, hay que aclarar que ese activismo es un público pequeñísimo y ese es el que se pone incómodo con mis textos a veces. Pero respecto a la gran mayoría de los mapuches tengo súper buena llegada. Al lanzamiento del libro llegó gente de distintas partes y ahí me di cuenta que el espectro era súper transversal, gente de acá, algunos activistas, de todo. Ahí yo veo que estoy llegando a la Nación Mapuche. Mucha gente me decía que después de leer el libro se encontraron con su historia personal, familiar y yo me he dado cuenta también que ver a un mapuche en un plano de figuración pública a la gente igual le causa un orgullo.
¿De qué forma?
Me he dado cuenta de eso, por ejemplo, después de Tolerancia Cero, porque eso te da una exposición gigantesca. O sea, te llaman de Revista Caras, de Qué Pasa y me encontraba con gente en Temuco que me decía “bien peñi”, “un orgullo peñi” y yo estaba respondiendo como periodista nomás. Y eso es una responsabilidad también porque igual te estay transformando en una especie de referente y yo no soy ningún santo. Tampoco quiero serlo. No tengo aspiraciones de que me sigan porque ni yo sé pa’ dónde voy. Y soy rockero, soy carretero y tengo mis espacios que no tiene aspiración. La política la veo muy lejana.
Igual has dicho que quieres ser candidato.
Sí, pero eso es humo negro nomás. El 2040. Yo eso lo dije de sarcasmo y lo agarraron todos los medios. Eso lo respondí de broma. Ahora, la figura de la alcaldía es más amigable que ser parlamentario por ejemplo. Así que igual tengo que luchar contra eso ahora, que la gente te plantea eso de ser un referente y yo sí quiero ser referente para mi hija, ser un buen papá. Y para mi gremio, para mis colegas.
Ese es un tema porque muchas veces has salido a defender a los mapuches por cómo se comportan los medios. Y tú voz es escuchada, es requerida.
Claro, soy una especie de defensor del lector mapuche jaja. Yo creo que esa pega me motiva más que el referente político. Yo estoy enamorado del periodismo, monitoreo los medios y me interesa hacer pedagogía de eso. Si veo a Las Últimas Noticias haciendo una historia de la chueca como el origen de la violencia en los estadios, eso no lo podis dejar pasar. Eso es racismo, y tontera al final. Entonces es tan burdo, pero quizás antes no había alguien que pudiera decirlo. Tampoco me creo el cuento de que soy súper especial, si el tema es que tuve la suerte de trabajar en un momento de la historia de la comunicación donde todo está hiperconectado y puedo estar en todos lados. Antes los casos pasaban piola.
¿Lo de Informe Especial ahora, por ejemplo?
Ese fue un caso. Lo de LUN, otro de TVN regional. Eso ha derivado en disculpas públicas en algunos casos, en otros en la posibilidad cierta de incidir en ese espacio. Por ejemplo, tras Informe Especial yo fui invitado por el equipo del programa a una reunión donde se me intentó explicar lo sucedido. Nos reunimos con el editor de prensa, el jefe jefe del programa, y él reconoció que fue un cagazo y que viéramos la forma de resolverlo.
Estamos hablando de cagazos históricos y todavía no hay un programa que muestre la dura-dura.
O sea, hubo un Informe Especial del caso Bombas que fue asqueroso, un publireportaje para el Ministerio Público. Pero yo creo que en ese caso yo les decía que era casi imposible no pensar que habían intenciones detrás. Ellos me dijeron que no, que había sido un error. Pero yo les puedo conceder ese tipo de reportajes a cabros de la Adolfo Ibáñez que están en tercero de periodismo que para ellos los mapuche son Ercilla y la quema de weas, pero no a Informe Especial que ha ido a reportear guerras y todo. Yo les decía: después de esto me replanteo todo lo que vi de Pavlovic en mi historia personal. Ahora dudo de todas las guerras que fue a cubrir. Capaz que a Irán no lo invadió Irak, aunque fue al revés.
Tú has dicho que los medios tienen mucho de culpa por la imagen que tenemos del pueblo mapuche. Eso tiene que ver con el título del libro, que es el de una columna que escribiste a propósito de la muerte de Manuel Gutiérrez.
Es que si hay un hilo conductor en las columnas, es el racismo. Hay varios episodios que han pasado con los mapuches que tú no puedes catalogar de otra forma que no sea racismo. Hay fallos judiciales, por ejemplo, de algunas autoridades. La no voluntad de sentarse a conversar es un acto de racismo. Los corresponsales extranjeros que vienen a la zona al tercer día te dicen “loco, este tema lo resuelves en una mesa”. Acá no tienes guerrilla, no tienes paramilitarse, no ponen bombas en Santiago. Esto es pura voluntad política.
Solo por ser indios y otras crónicas mapuche
Autor: Pedro Cayuqueo.
Año edición: 2012
Editorial: Catalonia
Fuente: The Clinic
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