A ocho años de la caída del líder de Colonia Dignidad, uno de sus guardaespaldas, Friedhelm Zeitner, cuenta su historia.
Está a punto de recibir una segunda condena por haber acompañado a Paul
Schäfer cuando estuvo prófugo, lo que lo enviaría a prisión. Asegura
que hasta los 42 años vivió convencido de que Schäfer era santo y que
el sistema que impuso en Villa Baviera era un plan divino.
Aunque fue abusado y tratado como esclavo, dice que no estuvo consciente
de aquello hasta que Schäfer fue detenido. Pide que la justicia lo
trate como víctima y no como miembro de una “asociación ilícita”.
En febrero de 2004 aterricé en Buenos Aires. Lo hice junto a Carola Fuentes. Ambos trabajábamos como periodistas del programa Contacto, de Canal 13,
e íbamos tras la pista de Paul Schäfer, líder de Colonia Dignidad.
Schäfer era entonces el prófugo más buscado por la policía chilena. Se le acusaba de homicidios, torturas, desapariciones y violaciones de menores al interior del enclave alemán. Nuestro objetivo inicial era ubicar a la mano derecha de Schäfer, Peter Schmidt,
quien meses antes había cometido su primer descuido: apareció comprando
una camioneta en la localidad de Chivilcoy, situada 165 kilómetros al
sureste de Buenos Aires. Cuando logramos ubicar su residencia,
encontramos a seis ex colonos que protegían a Schäfer.
Fueron 13 meses de seguimiento furtivo y vigilancia sin reposo a la casa de Chivilcoy, ubicada en un campo denominado La Solita. El desenlace ocurrió a las 15:10 del 10 de marzo de 2005, cuando agentes de Interpol de Argentina, junto a nuestro equipo de Contacto,
ingresaron a la residencia donde se escondía Schäfer, quien había sido
trasladado hasta la localidad de Tortuguitas, en la provincia de Buenos
Aires. Terminaba así la fuga de un hombre que había logrado ocultar por
más de cuatro décadas una historia cargada de secretos infames.
La policía de Interpol Argentina se prepara para allanar la casa donde se refugiaba Paul Schäfer.
Cuando la policía ingresó a la casa, Schäfer dormía la siesta. En la cocina, Peter Schmidtjunto a Rebeca Schäfer, la hija adoptiva del prófugo, tomaban té. En el living, Mathias Gerlach leía
la Biblia sentado en un sillón de cuero. Tras ser esposados, todos
fueron conducidos a la comisaría de Interpol de Buenos Aires.
Los tres aprehendidos ese día de marzo de 2005 no fueron los únicos
acompañantes que tuvo Schäfer en su clandestinidad de siete años. Fueron
seis las personas que integraron el férreo círculo que ayudó a Schäfer a
ocultarse desde que escapó de la justicia chilena en diciembre de 1997.
Peter Schmidt, el único con residencia oficial en
Argentina y a nombre de quien se compraron propiedades, vehículos y
maquinaria agrícola, era el encargado de tomar contacto con los miembros
de la Colonia Dignidad que sabían dónde estaba Schäfer. Lo hacía desde
teléfonos públicos o por correo postal, como lo pudo establecer nuestro
equipo periodístico gracias a una vigilancia permanente. Schmidt, uno de
los más radicales defensores de Schäfer y quien hasta ahora jamás ha
dicho algo en contra del hombre al que llamaba “mi padre”, también se
encargaba de las cobranzas de trabajos esporádicos que el grupo
realizaba en los campos de sus vecinos argentinos y de todo trámite en
el exterior de la casa de seguridad.
María Streber era la encargada de la cocina y de
mantener una pequeña huerta y un gallinero. Sus únicas salidas, una o
dos veces al mes, eran para hacer compras en el supermercado de
Chivilcoy. La excepción fue en marzo del 2001, cuando salió para
trasladarse hasta el Hospital Alemán de Buenos Aires, aquejada de
fuertes dolores. Le descubrieron un cáncer y meses más tarde, en octubre
de 2002, falleció.
A partir de la muerte de María, la cocina quedó a cargo de Renate Freitag,
quien inicialmente atendía el teléfono y se ocupaba de la limpieza de
la casa y el cuidado del jardín. Para entonces, Renate ya había
aprendido a hacer quesos con la leche de las vacas que tenían en la
quinta.
Friedhelm Zeitner, a quien todos llamaban Felipe, era el encargado de realizar trabajos en los campos aledaños y en el amplio terreno de La Solita.
Era común verlo salir de la residencia a primera hora de la mañana,
montado en grandes maquinarias agrícolas, y regresar al final de la
tarde. Era el único que se relacionaba con los vecinos.
Mathias Gerlach también trabajaba
conduciendo tractores, pero lo hacía sólo en el terreno de la
casa-quinta. Fue siempre uno de los guardaespaldas más sumisos de
Schäfer, con quien compartió dormitorio todo el tiempo que permanecieron
en Argentina. Las investigaciones posteriores establecieron que Schäfer
lo bañó hasta que cumplió 30 años.
Rebeca Schäfer ayudaba en la cocina y el jardín,
pero no le gustaba trabajar con las otras dos mujeres de la casa. Ya
antes de llegar a vivir con su padre adoptivo en Argentina, les
comentaba a las otras jóvenes de la colonia que no le gustaba ser mujer,
que preferiría ser hombre. Fue la única del grupo sorprendido en
Chivilcoy que visitó a Schäfer en prisión hasta el día de su muerte, lo
que le permitió al ex líder de Villa Baviera seguir comunicándose con el
exterior. Hoy vive en Viña del Mar junto a Peter Schmidt.
Rebeca Schäfer, Peter Schmidt y Mathias Gerlach siendo arrestados por el comisario de Interpol Salvador Belucci.
Con estas seis personas y fiel a los códigos que impuso con mano
férrea, Schäfer continuó su vida en Argentina al estilo de una “pequeña
Colonia Dignidad”. Lo único que le faltaron fueron los niños, pero no
porque él así lo quisiera. El anciano pedófilo en varias ocasiones
anunció su idea de traer algunos de los menores que vivían en Villa
Baviera hasta La Solita. Para ello, ordenó acondicionar en el
patio unos vagones de tren con cocina, baño y piezas. No alcanzaron a
ser utilizados para los fines que Schäfer quería.
El 25 de enero de 2013, casi tres años después de la muerte de Paul
Schäfer, cuatro de las seis personas que permanecieron hasta el final
junto al prófugo en Argentina -Peter Schmidt, Friedhelm Zeitner, Matthias Gerlach y Renate Freitag-, fueron
condenados a tres años y un día de presidio menor en su grado máximo,
además de la inhabilitación perpetua de derechos políticos, como
encubridores de cuatro delitos de violación de menores y otros 12
delitos de abuso sexual contra niños. No pasaron ni un día en la cárcel
pues se les concedió el beneficio de la libertad vigilada (Vea la sentencia).
El 28 de mayo pasado, una nueva acusación fue formulada por el
ministro Jorge Zepeda en contra de los seis acompañantes de Schäfer en
Argentina, a los que sumó a otros ocho colonos de Villa Baviera. Todos
ellos fueron acusados de haber formado parte de una “asociación ilícita”
que ayudó a su líder a cometer delitos. Los abogados querellantes
estiman que los cuatro que ya fueron condenados -Schmidt, Zeitner,
Gerlach y Freitag-, si reciben ahora una nueva sentencia, esta vez sí
deberán cumplir la pena encarcelados. Por estos días la amenaza de la
prisión ronda como un fantasma sobre los 14 acusados.
Fue probablemente ese temor el que motivó a uno de los guardaespaldas
de Schäfer en Argentina a contar, por primera vez, parte de sus casi 42
años junto al polémico ex líder de Colonia Dignidad.
Durante los 13 meses que duró nuestra búsqueda y seguimiento a los habitantes de la casa-quintaLa Solita, nos cruzamos muchas veces con Friedhelm Zeitner, a quien inicialmente conocí comoFelipe.
Mi rostro no le resultó desconocido cuando nos encontramos cara a cara
el día en que la policía argentina desbarató el andamiaje clandestino
que armó Schäfer.
Han transcurrido ocho años y todo ha cambiado para Felipe.
No es solo su mirada, caminar y apariencia. A sus 50 años, hoy está
casado y es padre de dos hijas, sigue residiendo en Villa Baviera y
aprender a vivir en libertad ha sido duro. Pero nada parecido a lo que
le ha costado asumir lo que vivió mientras fue educado por Paul Schäfer
como uno de sus “soldados” favoritos. Recién en los últimos años ha
comprendido todo el daño que le produjo el sistema de vida impuesto por
Schäfer y los abusos a los que él, y todos los colonos de su generación,
fueron sometidos por el predicador pedarasta.
NINGÚN NIÑO VIVIÓ CON SUS PADRES
-¿Cuál es su historia familiar y cómo llegó a Villa Baviera?Mi
mamá llegó a Chile en 1962, estando embarazada y yo nací en Villa
Baviera en 1963, pero no viví nunca con mis padres. En marzo de 2006, un
año después de la captura de Paul Schäfer, vinieron mis padres a
visitarme a Chivilcoy, en Argentina. Fue el primer encuentro familiar de
mi vida con ellos. Fue entonces -y también por primera vez-, que
pudimos conversar algo sobre el pasado. Allí mi mamá me contó que a los
dos meses de mi nacimiento fui sacado de su lado y entregado a otras
tías, las que me criaron. Schäfer le prohibió visitarme. Hay una foto de
toda la comunidad tomada el 8 de noviembre del 1964, cuando yo tenía un
año y dos meses, donde estoy en brazos de una tía y mi mamá está a
cuatro o cinco metros de distancia. No tengo recuerdos de infancia junto
a mi mamá… Durante toda mi vida bajo la autoridad de Schäfer, yo nunca
supe lo que significaba una mamá y un papá.
-¿Nunca le preguntó a su madre por qué permitió que los separaran?No,
nunca le pregunté. Realmente nunca tuve espacio. Y después, cuando
Schäfer estaba preso y ella vino a verme a Argentina, no se me ocurrió.
Más tarde, cuando regresé a Chile, ella ya no vivía aquí. Se fue con mi
padre a Alemania. Él acaba de cumplir 90 años, no pude ir a verlo por
tener estos juicios y no sé si voy a poder hablar con ellos alguna vez
de estas cosas.
-¿Y cómo les explicaban a usted y a los otros niños de la
Colonia Dignidad lo que era una familia y de cómo se engendran los
niños?Del funcionamiento biológico no tenía ni idea. Ni
siquiera el de los animales, su sistema de reproducción. Eso estaba
estrictamente prohibido por Schäfer. Al punto que a los libros se les
borraban o se les pegaba algo encima de las hojas donde se hablaba de
matrimonio o de crías. En el colegio que funcionaba al interior de la
colonia, también dirigido por Schäfer, se ocultaba totalmente el
funcionamiento biológico de los humanos y de todo tipo de criaturas y fue prohibido decir “mamá” y “papá”.
Los niños eran separados de sus padres. Desde los ocho años comenzaban a trabajar, extensas jornadas de hasta doce horas.
No recuerdo cuando me di cuenta qué significaba realmente un papá y
una mamá. No tenía ni idea de cómo llegué al mundo. No sabía cómo se
hacían los hijos. Incluso las mujeres que estaban casadas y
se embarazaban debían permanecer escondidas hasta dar a luz. Cuando fui
creciendo y entendí que las mamás tenían a los hijos, aun así no sabía
por dónde nacían. Después, con el tiempo, supe que una señora era mi
mamá y un señor mi papá; pero la idea de Schäfer era que nosotros no
supiéramos quiénes eran nuestros padres. De hecho, hubo una generación
entera, de unos 20 a 25 jóvenes, que nunca supimos quiénes eran nuestros
padres. Él nos decía que la Biblia dice que todos somos
hermanos e hijos de Dios y que los padres no tenían ninguna importancia.
Y citaba la frase: “Yo soy tu padre”.
-¿Cómo se estructuraba entonces la vida de las personas al interior de Villa Baviera?Aquí todos vivían separados. Schäfer los separaba. Allí (lo señala),
en ese edificio largo, vivían cinco o seis hombres casados por pieza.
En ocasiones, a los jóvenes nos mandaban a compartir pieza con estos
hombres y así nos enterábamos de que eran casados. Ningún niño, durante
todo el régimen de Schäfer, vivió con sus padres. Por el contrario, se
impedía cualquier contacto con los padres. Hoy, pienso que era
justamente porque Schäfer debe haber tenido miedo de que entráramos en
confianza y que llegáramos a contarles las cosas que él nos hacía…
“DESDE LOS 8 AÑOS FUI ABUSADO POR SCHÄFER”
“Cuando mi padre llegó de Alemania yo tenía 9 años. Pocas horas antes
de su llegada a la colonia, Schäfer duchó a todos los jóvenes, se vino a
mi cámara de ducha y me acusó de haber cometido tres delitos sexuales
con otros compañeros míos. Me presionó diciendo que si no le confirmaba
su acusación, él le iba a contar todo a mi papá –al cual yo ni siquiera
conocía– y que no participaría de la fiesta de su llegada”.
-¿Qué le había hecho usted a esos tres niños?Nada.
Todo fue inventado por Schäfer. Durante muchos años me pregunté por qué
me hizo eso. Sólo después de que salieron a la luz todas sus maldades
he tenido una respuesta… Lamentablemente, y aunque me duele
mucho, tengo que decir que durante años fui abusado sexualmente por él.
Comenzó tocándome mis partes íntimas, pero enseguida fue subiendo de
tono. Me da mucha vergüenza reconocer las cosas que hizo conmigo, pero
desde los 8 y hasta los 17 años fui abusado sexualmente por Schäfer.
-¿Cómo eran esos abusos?Me obligaba a
masturbarlo y luego me penetraba… La primera vez que lo intentó me dolió
mucho y grité fuerte, pero él seguía intentando. Para eso él usaba una
especie de vaselina que mantenía en su mesa de luz. Cada vez que me
tocaba yo mostraba repulsa, nunca me gustó y por eso él me recriminaba:
“¿Tú no me quieres?”, “¡por qué no lo haces bien!”, “¿hay alguien a
quién quieres más que a mí?”. Y entonces, agarraba mi mano y me la
llevaba a sus genitales. Siempre se masturbaba arriba de nosotros y
manchaba todo, ¡era asqueroso!, y uno se tenía que dormir así. Nos
tiraba en la cama boca abajo y entre las piernas echaba su semen. “Todo
lo que hago está de acuerdo con la Biblia y la palabra de Dios”, me
decía…
-¿Hacía lo mismo con otros niños?Lo hacía con
todos. Por eso, y aunque a mí no me gustaba, pensaba que estaba bien.
Los toqueteos por encima de la ropa o metiendo la mano dentro del
pantalón los hacía también cuando íbamos a bañarnos al canal de Las
Turbinas. En esos paseos él era el único adulto y siempre había un
“elegido” al que hacía que le tocara sus genitales. No me gustaba y me
daba vergüenza, pero uno tenía sentimientos encontrados, ya que ser
“elegido” por él –sprinter se le llamaba– era como un
privilegio. Cuando tenías ese privilegio, él no te retaba, no te
castigaba y tampoco nadie te podía hacer nada. Pero uno no podía
elegirlo a él. En una ocasión, Schäfer entró al taller y yo fui a
abrazarlo, él se echó para atrás y empezó a gritarme: “¡Eres un Judas!
¿Por qué me vienes abrazar? ¡Sal de aquí!”. Me quede muy triste y
humillado. Uno nunca sabía cómo proceder con Schäfer.
-¿Hasta qué edad podían formar parte de los “elegidos”?Los
abusos de Schäfer terminaban de la misma manera que empezaban. Así como
un día te encontrabas en su pieza, un buen día ya no te llamaba más, ya
no le interesabas. Eso pasaba entre los 16 a 17 años. Después supe que
con otros fue más tarde. En mi caso, como a los 17 años dejé de ser sprinter. A veces pasó que el encargado de escoger al sprinter del
día –en mi época quién lo hacía era mi hermano mayor Wolfgang Zeitner–
le enviaba a uno de nosotros y Schäfer lo mandaba de vuelta: “No, a éste
no me lo mandes más”. Ahí uno dejaba de ser sprinter y para
el joven eso era lo peor que te podía pasar: Schäfer ya no te quería
más y eras sustituido por una generación de más chicos. Schäfer nunca te daba una explicación, y nosotros obedecíamos como en todas las otras cosas de la vida.
-¿Debían confesarse con Paul Schäfer?Sí, y así
Schäfer mantuvo el control total sobre nosotros. Nos obligaba a decirle
todos nuestros pecados y faltas. “El pecado empieza antes de cometer el
hecho, en los pensamientos”, decía, y así nos obligaba a que le
contáramos todos nuestros pensamientos. Eso era la seelsorge,
que es tener la dirección espiritual de cada uno de nosotros. Siempre
dejaba claro que la confesión se debía hacer solo con él. Y si alguno
durante un tiempo no se fue a confesar, fue menospreciado por él delante
de todos. Y para uno era lo peor que podía pasar, te sentías el peor
pecador.
-¿Qué pasaba cuando ustedes eran humillados por no haberse confesado?Me
llamaba y se aprovechaba de mi mal estado psicológico y se mostraba
como un buen hombre que tenía amor para que yo me entregara a él y así
poder aprovecharse y abusarme sexualmente. Me hizo entender que esos
tratos pertenecían a la educación íntima y sanación de almas, los que no
podían ser conocidos por un tercero. Él abusaba de nosotros en su
pieza. Llevaba todas las noches a un sprinter a su pieza y al día siguiente el chico escogido tenía el turno de hacer todo el día desprinter. Según sus ganas, lo volvía a llevar otra vez en la tarde a su pieza. El sprinter lo
acompañaba por 24 horas, pero a veces lo dejaba 48 horas y después lo
sustituía otro. Todo eso lo hacía bajo la pantalla religiosa, porque
repetía que todo lo que hacía estaba acorde con la Biblia.
Biblia con la que Paul Schäfer justificaba su accionar delictivo frente a los colonos.
Schäfer predicó durante 30 años la palabra de Dios y prohibió
estrictamente que todos los jóvenes tuviéramos acceso a una Biblia. Lo
que él predicaba era lo único correcto ya que el mundo estaba manipulado
por el demonio. Nadie de nosotros tenía acceso a la Biblia. En alguna
ocasión que él se enteró de que alguno de nosotros la había leído, lo
llamó delante de todos y lo retó: “No te corresponde leer la Biblia.
Ustedes no tienen permiso de leer una Biblia, no necesitan saber más de
lo que yo mismo les digo de la Biblia”.
Supe que Friedhelm Bensch se consiguió una Biblia y encontró una
parte donde dice que un hombre no se puede acostar con otro hombre y le
dijo a Schäfer que era Moisés quien decía que lo que él nos hacía estaba
prohibido por la Biblia. Schäfer ordenó que lo castigaran.
SCHÄFER Y DIOS
-¿No había posibilidad de resistir o desobedecer una orden impartida por Paul Schäfer?Schäfer
era la única orientación para toda la juventud de la colonia. Lo que él
decía teníamos que cumplirlo y si alguno no lo cumplía, era castigado
con golpes de palo o de manguera o con arresto sin alimentación durante
semanas y otros castigos más. Yo viví eso también…
Cuando tenía 4 ó 5 años fui separado de mis compañeros a los que llevaron a una casa al lado del hospital (Neukra), donde fueron brutalmente torturados. Eso le pasó también a uno de mis hermanos. En ese período fui cuidado por dos tías, Eva Schaak e Irma Wellnitc,
las que me observaban permanentemente. Cuando yo estaba en mi cama me
venían a ver con frecuencia, me destapaban, miraban debajo de mi pijama y
si mi pene estaba duro, Eva se sacaba su zapato y me pegaba fuertemente
en el trasero hasta que mi pene se achicara. Esto pasó innumerables
veces.
- ¿Cómo se comportaba Paul Schäfer con las mujeres?Las trataba mal a todas. Me tocó ver en varias ocasiones como las insultaba diciéndoles sauweib(mujer cerda) o schweineweb (mujer chancha). Y cuando se refería a las jovencitas, Schäfer las llamaba “gallinas” o “gansas”.
No me podía imaginar en esos tiempos que se podía querer a una mujer,
porque Schäfer siempre las trataba ante nosotros como una clase
inferior. Las niñas y jovencitas de mi edad eran estrictamente separadas
del resto y hasta escondidas. Durante muchos años no nos debíamos ver,
al punto que yo ni sabía de dos hermanas mías que habían nacido. Con el
tiempo me fui enterando. A la hermana mayor en alguna ocasión la vi,
pero a mis dos hermanas menores, durante años, nunca las vi. Cuando ya
tenían 18 ó 20 años y empezaron a trabajar en el hospital o la
lavandería, las veía de lejos, pero no podíamos ni siquiera hablar una
palabra. A mi hermana más joven, que ahora vive en Alemania, no la
conozco. Jamás hablé una palabra con ella. Yo me enteré después que
volví de Argentina que mis abuelos habían muerto aquí en la colonia.
Mientras viví en la colonia nunca supe que se habían muerto. Las muertes no se comunicaban.
Cuando yo era chico y moría alguien, se reunían todos y se iba en
procesión a despedir a la persona que había muerto, pero eso poco a poco
fue desapareciendo. Después, uno dejaba de ver a una persona y con el
tiempo te enterabas de que había muerto.
-¿A qué edad lo sacaron del cuidado de Eva e Irma en la colonia?A
los 8 años Schäfer me trasladó a un gran grupo de niños y jóvenes con
el que pasé más de 20 años de mi vida. Cuando me integraron al grupo me
pusieron al lado de un joven mayor -Gerd Schaffrik-, quien me cuidaba y a
quien tenía que seguir paso a paso. La regla era que no podía alejarme
más de tres metros de él y tenía que preguntarle todo lo que quería o
necesitaba hacer. Este era el sistema “Bammel y Bimmel”. Los Bammel eran los más grandes que cuidaban a losBimmel, los más chicos. Éramos como 20 Bimmel y no podíamos comunicarnos entre nosotros, tampoco jugar ni tocarnos. Tuve como cinco Bammel y recuerdo con pena a Michael Laube, porque me pegaba cuando le decía que tenía necesidad de ir al baño.
-¿Incluso para ir al baño debían pedirles permiso a los Bammel?Sí, y debíamos dejar la puerta abierta para ser observados por el Bammel,
que te apuraba. Era una desesperación cada vez que tenías que ir al
baño, por lo que uno intentaba ir lo menos posible. En las comidas
debíamos pedirle permiso por cada trozo de pan o plato de comida. Muchas
veces quedábamos con hambre. Siempre anduve con mucha sed, ya que
tampoco podíamos tomar agua. ¡Eso era terrible! Todo controlado por el Bammel.
Schäfer prohibió que después de las 18:00 tomáramos cualquier líquido
para que no mojáramos la cama. Y si alguien se hacía pipí era castigado.
A mí me pasó y Gerhard Mücke me pegó con un palo en el trasero. Me
golpeó mucho. No se me ha podido olvidar esa noche…
-¿Schäfer autorizaba a los Bammel para que los golpearan y castigaran?Schäfer puso esa regla para los Bammels: el derecho de pegar a los Bimmels en tres ocasiones: por encontrarnos haciendo alguna cosa prohibida; por no cumplir órdenes y por agresión a adultos. LosBimmels estábamos obligados de avisar a Schäfer el motivo por el cual éramos golpeados por elBammel antes de 15 minutos de pasado el hecho. Si los Bimmels no cumplíamos esa orden, éramos golpeados nuevamente por el Bammel. Toda la gente podía ver cómo éramos golpeados porque la cara estaba deformada y se ponía colorada hasta quedar azul.
-¿Qué otros castigos recibían los más chicos de la colonia?Durante
años los jóvenes hacíamos todo juntos: trabajábamos, nos lavábamos y
dormíamos en grupo. También comíamos en una mesa larga y cuando uno de
nosotros había hecho algo “malo”, tenía que sentarse en una mesa aparte y
era despreciado por todos. Cuando Schäfer impartía ese castigo, llamaba
a todo el grupo para que formara una media luna donde informaba lo
ocurrido con esa “oveja negra” y luego la castigaba brutalmente. Eso lo
sufrí muchas veces.
Los Bammels también eran castigados por Schäfer cuando eran
denunciados por haber hecho algo malo. Una vez yo denuncié a mi hermano
mayor… Habíamos viajado al casino de Bulnes un grupo de jóvenes y en la
noche no había cama para todos, así que mi hermano dijo que yo dormiría
con él. Cuando estábamos acostados, él se me echó encima y trató de
abrazarme y besarme en la boca… Al día siguiente se lo conté a Schäffer.
Ahora sé que Schäfer castigó brutalmente a varios mayores por haber
sido denunciados por los Bimmel de haber sido abusados. El caso más terrible es el de un joven que hoy vive en Alemania: fue castrado por la doctora Gissela Seewald,
por orden de Schäfer. Más tarde, por mi señora me enteré que con las
mujeres hicieron cosas similares y varias fueron esterilizadas.
Otro castigo terrible era aplicarnos electricidad en los genitales.
Eso dolía mucho. Uno terminaba con mucho dolor. Bajo este régimen pasé
toda mi juventud.
RÉGIMEN DE ESCLAVITUD
“Trabajábamos con pala, chuzo, picota, haciendo canales de riego, cercos, caminos, juntando piedras y troncos en los campos”
-¿Desde qué edad debían trabajar en Villa Baviera?Debí
trabajar duramente desde los 8 años y seguir el ritmo de otros jóvenes
que tenían hasta 11 años más que yo. Trabajábamos con pala, chuzo,
picota, haciendo canales de riego, cercos, caminos, juntando piedras y
troncos en los campos. A los 18 años, en 1981, empecé a aprender un
oficio: tornero mecánico, soldador y constructor. Trabajé en eso 14 ó 15
años, siempre con un maestro alemán: reparé herramientas y maquinarias
agrícolas, camiones y maquinarias pesadas; construimos máquinas nuevas,
como harneros y cintas para la planta chancadora. No existía un horario
de trabajo. Trabajábamos desde las 8:00 hasta las 22:00 y a veces hasta
la medianoche, todos los días, incluidos sábados y domingos. Desde 1985
fuimos todos los domingos a Bulnes, a trabajar de garzón, atendiendo a
la gente en el restaurante de la colonia, sin contrato de trabajo. Nunca
se nos pagó nada. Se nos prohibía hablar con los clientes de otra cosa
que no fuera la toma del pedido y lo relacionado al servicio. Y si
alguien desobedeció fue castigado por un tiempo y retirado del puesto de
garzón. Mi hermano Reinhard Zeitner desobedeció, conversó con un
cliente y Schäfer lo castigó por varias semanas de no poder ir al
restaurante. Eso no significaba que uno se quedaba en el campo sin
trabajar, por el contrario, debías quedarte en la central de
comunicaciones y en los equipos de seguridad, en turnos de guardia de
ocho horas por la noche y 12 o más horas en el día.
-¿Cómo eran las clases que se impartían en el colegio que funcionaba al interior de Colonia Dignidad?Esa
especie de colegio lo armó el propio Schäfer y las clases se hacían en
cualquier edificio o habitación libre. Frecuentemente éramos
interrumpidos por Schäfer y teníamos que dejar las clases porque a él se
le ocurría que había que hacer algún trabajo. Para Schäfer no era
prioridad que estudiáramos. Los profesores no tenían ningún título, eran
adultos que él escogía. Por ejemplo, mi hermano mayor daba clases de
Matemática y Biología. Durante todo el tiempo de colegio nunca recibimos
un certificado porque Schäfer lo prohibía, para que nadie se creyera
más inteligente. También dijo que no quería que nosotros saliéramos muy
inteligentes, porque los inteligentes acababan en el Infierno, pues
desafían a Dios con su orgullo. Por esa misma razón no permitía que
nadie tuviera estudios superiores. Schäfer era todo para nosotros:
enseñanza, ley, director, confesor. No teníamos otra visión del mundo
que la que él nos entregaba.
En ese mundo cerrado yo no tenía idea de lo que eran las leyes, la
justicia, los poderes del Estado ni lo que eran delitos y deberes. El
mundo que estaba afuera de las puertas de Villa Baviera no existía para
nosotros. Las pocas veces que nos encontrábamos con chilenos o con
visitas, no estaba permitido hablar ni comunicarse con ellos. Estaba
prohibido ver televisión y leer diarios. Solo Schäfer tenía una
televisión en una sala con llave. Las únicas noticias que escuchábamos
las daba el domingo Gerd Seewald, quien leía un resumen autorizado por
Schäfer.
VISITAS ILUSTRES: PINOCHET Y “MAMO” CONTRERAS
-¿Cómo trataba Schäfer a los mayores? ¿Hacía diferencias?Siempre
hablaba mal de los mayores, muy mal. A veces, se tocaba un tema que se
relacionaba con una persona mayor y él nos decía: “Está mal porque no se
confiesa conmigo las veces que debe hacerlo, no cuenta sus cosas
íntimas. Para qué está acá si vive su vida aparte. No se da cuenta que
está camino al infierno”. Como hablaba mal de todo el mundo, al final,
siempre me venía el pensamiento de que ya no servíamos como humanos y
que solo él se iba a salvar. De eso conversábamos entre los jóvenes. Las
noticias que se nos contaban eran todas cosas malas que pasaban fuera y
dentro de Chile. Uno quedaba siempre con la sensación de que era una
suerte vivir aquí dentro. Era la protección. Schäfer usaba esto para
decirnos que él era el único correcto.
Las visitas “importantes” eran recibidas con la orquesta sinfónica o el coro de niños.
Eso era en cierto modo confirmado por las visitas de políticos y
personalidades importantes a la colonia, donde todos hacían muchos
elogios a nuestra vida y nos decían que lo que se vivía aquí dentro era
lo mejor. Tuvimos incluso la visita del presidente Augusto Pinochet.
También de gente de la embajada alemana en Chile, que eran las visitas
importantes que teníamos más seguido. Quien venía mucho a la colonia
era Manuel Contreras (ex director de la DINA). Y otro que también la frecuentaba era Pedro Espinoza (el
ex director de Operaciones de la DINA). Incluso los mismos hijos de
Espinoza se quedaban aquí en la colonia y vivían junto con nosotros.
-¿Y recibían trato de sprinter como todos los otros jóvenes de la colonia?No creo. Yo
conozco bien a Pedrito y a Rodrigo, quien hoy es piloto de helicóptero y
también hizo la carrera militar, pero después la dejó porque lo
jodieron tanto. Hace un tiempo estuvo por acá, estaba trabajando para
una empresa haciendo un estudio ambiental. Somos muy amigos. No creo que
a ellos Schäfer los haya escogido como sprinter, porque eran chicos de
afuera y tenían familia.
-¿Qué pasaba cuando los visitaba Pinochet?El
primer día que llegó Pinochet lo recibimos con el coro de jóvenes. Yo
mismo cantaba en ese coro y para mí fue una gran emoción que el
Presidente de Chile nos viniera a visitar. Lo recibimos con la canción “Ich hatte einen kamerade” (Yo
tenía un camarada). Recuerdo que a Pinochet se le caían las lágrimas.
Después de la canción, Schäfer se lo llevó a la casa de huéspedes y ya
no supimos más. Esas visitas le daban mucha validez a quien nos dirigía,
porque teníamos el honor de haber tenido al presidente y uno sentía
que, a pesar de estar disgustados con el trato que a veces teníamos,
estábamos en un buen lugar.
-¿Cómo funcionaban y en qué consistía el dispositivo de seguridad que funcionaba en Colonia Dignidad?Lo
primero en el sistema de seguridad era la central de comunicaciones ya
que antes no existía el celular. Había dos o tres teléfonos fijos y
radios. La 70cm (UHF onda 70 cm se usa en la montaña), otra 2 metros
(VHF onda dos metros), una radio antigua y otra de larga distancia para
comunicarse con Alemania, porque casi todo el tiempo que existió Villa
Baviera en Alemania siguió funcionando la sociedad que inició Schäfer en
el pueblo de Siegburg y que operó hasta principios de los ’90. Ahí se
cerró y se vinieron para acá Rita Seelbach, Alfred Matthusen y Alfred
Schaak, el esposo de Eva Schaak, a quién en dos ocasiones Schäfer lo
hizo regresar a Alemania. Duró muy poco en la colonia porque enfrentó a
Schäfer por los envíos de armas que le pidió hacer y que venían
camufladas como “ayuda humanitaria”. Alfred le dijo a Schäfer que los
envíos de armas iban en contra de sus principios y del espíritu de la
fundación religiosa a la cual él y su familia se habían entregado.
Schäfer le dijo que regresara a Alemania y que preparara su testamento.
Alfred así lo hizo. Pocos días después quienes estaban con él dicen que
enfermó gravemente. Lo llevaron a un hospital y murió. Fue entonces que
el doctor Hopp, quien había viajado a Alemania por orden de Schäfer,
hizo los trámites para evitar que se le hiciera la autopsia. Trajeron su
cuerpo y fue enterrado aquí en la colonia. Ahora me he enterado que
Alfred Schaak no es el único de nosotros al que Schäfer mandó matar. Me
gustaría que otros pudieran dar su testimonio también, para que se sepa
toda la verdad.
Uno de los Bunkers construidos en Villa Baviera como escondite y lugar de torturas.
Esa central después se trasformó en un control de seguridad. Era una
sala grande y en una mitad había equipos de seguridad donde se oían los
pitos cuando alguien pasaba o tocaba el cerco o cruzaba la barrera
infrarroja. La colonia tenía 12 kilómetros de cerco y cada cinco postes
había un sensor de movimiento camuflado. Después, con el tiempo, se
pusieron monitores con cámaras en todos los portones. Cuando uno estaba
haciendo guardia en la central de comunicaciones y sonaba alguna alarma,
tenía que avisar inmediatamente a Erwin Fege. Todo
estaba codificado. Por ejemplo, uno se comunicaba con PPP (sobrenombre
de Erwin Feger) y decía “2 A”. Él sabía que “2 A” era la señal que
correspondía a tal lugar e iba de inmediato a ese sitio con su jeep y
perros. Siempre andaba armado. Había un grupo de adultos que llevaba
permanentemente pistola, igual que Schäfer. Si el aviso era que habían
saltado más de dos o tres alarmas, ahí Fege pedía que más gente lo
acompañara.
-¿Ese sistema era para impedir que ingresaran extraños a Villa Baviera?No
solo para eso. Otras veces se usó para evitar la fuga de personas de la
colonia. Fege iba con perros y más personas y lo traían de vuelta. Ahí
se lo llevaban a Schäfer y lo dejaban a solas con él. Después Schäfer lo
humillaba delante de todos, diciendo que era un traidor y que ése era
el camino más rápido para irse al infierno. Algunos fueron castigados
duramente por eso.
-¿Ustedes tenían algo propio en Villa Baviera?Nunca
tuve una pertenencia. No teníamos ni siquiera nuestro propio carné y
pasaporte. Por orden de Schäfer todo era guardado en la oficina de
administración. Todas las cosas que uno necesitaba, como ropa, zapatos y
artículos de aseo, eran entregadas por la administración de Schäfer. Si
yo necesitaba zapatos o botas, tenía que mostrar las que llevaba
puestas para que Schäfer constatara que estaban rotas.
Schäfer mantenía el control total de cada uno de nosotros. Hasta los
30 años o más, sólo podíamos ducharnos en su presencia, recorría las
duchas, nos observaba y nos tocaba según su gusto. Nos duchaba siempre
el sábado, una vez a la semana. Cuando él entraba al subterráneo donde
estaban las duchas, teníamos que estar todos preparados: 40 y hasta 50
hombres jóvenes y sólo con un short especial encima (turnhose).
Antes de empezar a ducharnos teníamos que cantarle una canción, de lo
contrario se iba y no nos duchábamos. A veces, esperábamos varias horas
su llegada. Muchas veces no llegó y teníamos que lavarnos en una fuente
con agua sin asear la parte debajo del cinturón. Así, pasaban tres,
cuatro o cinco semanas en que Schäfer no llegaba a ducharnos y no
podíamos lavarnos la parte mencionada. Esto para mí era horrible e
insoportable. Pero cuando él te llevaba a su pieza, como tenía una
ducha, si uno llevaba varios días sin ducharse, antes de pasar a su
cama, él nos duchaba usando un jabón especial. A nosotros jamás se nos
permitió usar perfumes, sin embargo, él tenía muchos perfumes y colonias
traídas de Alemania.
-¿Qué sabía usted en esos años sobre las violaciones de derechos humanos cometidas dentro de la colonia?De
todas las acusaciones ante los tribunales que salieron en los medios de
comunicación por horribles torturas, desaparecidos, muertos y armas
dentro de la Villa, yo no sabía nada y no lo creí hasta que fue
confirmado por la misma gente involucrada en estos hechos después de
2005. Pensaba que eran calumnias, porque Schäfer lo dijo así ante toda
la comunidad… Vine a conocer después hechos realmente horrorosos.
Supe, por ejemplo -contado por mi maestro tornero, el señor Carl
Vandenberg-, que unas tropas del Ejército chileno que yo había visto en
los años después del golpe militar, habían venido a limpiar de
comunistas la zona. Yo era pequeño y recuerdo que la tropa del Ejército
se quedó algunos días en el galpón Autohalle (el galpón de
autos). Y si bien conocí los bunkers que había, jamás me imaginé que ahí
se torturaban o mataban personas, ya que nosotros conocimos estos
lugares mucho tiempo después, cuando empezaron a ser usados para guardar
cereales o papas, a principios de los ‘90.
Me fui sorprendiendo de muchas cosas que jamás imaginé que pasaran en
la colonia cuando volví de Argentina después de la captura de Schäfer,
en diciembre de 2008. Ahí me enteré de que había un lugar donde
enterraban los cuerpos de los “comunistas” que mataron en la colonia y
que está como a 15 kilómetros del lugar donde vivíamos, en la montaña.
-¿Qué sucedió en la colonia cuando la justicia comenzó a
investigar las violaciones de derechos humanos cometidas en Villa
Baviera?En los ‘90, antes de salir hacia Argentina, el juez
(Guillermo) Navas nos empezó a llamar a algunos para interrogarnos.
Antes de ir a declarar, Schafer nos reunía y nos decía lo que teníamos
que decir. El juez me empezó a preguntar sobre mi vida: “¿Y sus padres
dónde están?”. “En la colonia”, le dije, y le conté que mi madre había
venido antes y que cuando yo tenía 9 años había llegado mi padre. Ahí el
juez me preguntó: “¿Pero cómo es posible que su mamá haya estado diez
años sola aquí y después vino su papá?”. Yo no entendía la pregunta y
le repetía que eso es lo que yo sabía. El juez pensaba que yo no quería
responderle. Cuando volví a la colonia Schäfer me empezó a preguntar qué
me había dicho el juez y qué le había respondido. Pero en
esos interrogatorios, nunca se nos preguntó sobre los abusos sexuales,
eran preguntas sobre los desaparecidos y de eso nada sabíamos.
DE PARRAL A ARGENTINA Y URUGUAY
-¿Cómo se involucró usted en el grupo que acompañó a Schäfer en Argentina?El
30 de julio de 1997 me encontraba en Bulnes trabajando de garzón y de
mecánico, cuando el doctor Hopp me preguntó si estaba dispuesto a
acompañar a Michael, su hijo adoptivo, a Argentina por unas semanas. La
explicación que me dieron fue que se estaba apelando en tribunales en
contra de la adopción de Michael y que lo querían entregar al Sename.
Como para mí era una aventura salir a otro país y conocer algo nuevo,
acepté acompañarlos. El doctor Hopp nos llevó hasta Mendoza. Íbamos con
su mujer Dorothea Witthan, su hijo Michael Hopp y Rebeca Schäfer. Ya en
Argentina, pasaron varios meses y cuando tuvimos que cambiar la visa, el
doctor Hopp nos ordenó viajar hasta Uruguay. Un día, apareció Peter
Schmidt en Uruguay y nos sorprendió a mí y a la señora Dorothea con la
noticia de que él había comprado el campo a donde habían llevado a
Schäfer en Argentina. Me dijo que Schäfer y él querían que yo me fuera
para allá para trabajar el campo. Como me sentía aburrido de no hacer
nada, me gustó la oferta y pasado un tiempo me fui a ese campo. Peter me
había dejado su celular y la dirección.
Friedhelm Zeitner, Michael Hopp, Rebeca Schäfer y la esposa del doctor Hopp, Dorothea Witthan en Uruguay
-¿Cómo fue su vida en esos primeros meses fuera de la colonia?Cuando
salí por primera vez y empecé a vivir con Michael Hopp y Dorothea
Witthan en Argentina y Uruguay, al principio seguía muy restringido. El
mundo era todavía para mí algo malo que no podía explorar, porque podía
ceder a las tentaciones. Al cabo de unos meses, teníamos que salir a
comprar y uno se encontraba con otra gente. De a poco empecé a ver otras
cosas. Ahí supe que no podía dar señales de las cosas que me
impresionaban, porque nos decían que estábamos pecando, desviándonos de
la verdad. Recuerdo que cuando llegué por primera vez a Mendoza fuimos a
un supermercado y vi un montón de gente comprando en un lugar donde
había de todo. Fue tanto lo que me sorprendí, que le dije a la esposa
del doctor Hopp: “¡Qué lindo esto! ¡Qué grande! ¡Qué cantidad de
cosas!”. Yo no sabía que existía una cosa así. Y la señora Dorothea se
molestó.
Aprendí mucho en los ocho años que viví en Argentina. Tuve la
oportunidad de salir de la colonia y si bien seguía dominado por
Schäfer, igual pude conocer otro mundo. Conocí gente buena y que me
quería, dueños de campo, contratistas, empresarios que me contrataban
para hacerles trabajos y me trataban tan bien, incluso para ellos yo era
como un niño. Y me enseñaban cosas. Al conocer a gente tan buena y
honesta, se me produjo una contradicción porque Schäfer seguía
insistiendo en que el demonio dominaba el mundo, que pensar que esa
gente era buena eran tentaciones que me ponía el demonio. Esas cosas me
hacían dudar a veces de Schäfer. Ahí recién, por primera vez y
tímidamente, empecé a contradecirle.
-¿Cómo se financió la fuga y permanencia de Schäfer en Argentina, qué sabe usted sobre el origen y el manejo de ese dinero?
Schäfer llegó a Argentina con un maletín lleno de dólares. Nunca supe
con qué cantidad, pero hablaban de muchos miles de dólares. Ese maletín
tenía clave y se guardaba en el cuarto de Rebeca. De ahí se sacaron los
dineros para comprar las primeras maquinarias y animales. Después se
usaba el dinero que nosotros mismos generábamos con nuestros trabajos y
cría de animales. Ahí Peter y yo hicimos en Chivilcoy una cuenta
corriente en Credicom. Llegamos a tener unos 40 mil pesos argentinos.
Respecto del maletín que Schäfer guardaba, cuando lo detuvieron se lo
apropió Peter. Yo le pregunté qué había hecho con ese dinero. Primero me
contó que lo había mandado a una cuenta en Alemania; después me dijo
que se lo había dado a un amigo de Chivilcoy para que lo guardara y que
se había quedado con el dinero. Peter se fue de La Solita sin avisar y ya nunca más supimos qué pasó con ese maletín y el dinero.
-Usted era tornero, ¿qué sabía del trabajo en el campo antes de llegar a Argentina?Cuando llegué al campo de La Solita, el
viejo decidió que debíamos comprar vacas y a mí se me encargó
cuidarlas. Así que monté la lechería. De repente una vaca dejó de dar
leche y yo le pregunté al señor que me las vendió por qué pasaba eso. Y
él me dijo que la llevara porque había que “hacerla servir por un toro”.
Yo no tenía ni idea de qué era eso, pero la metí al camión y la llevé.
Ahí vi por primera vez cómo funcionaba la reproducción. Pensé “ahh, así
debe ser con el ser humano”. Y como el hombre me hablaba con palabras
que yo nunca había escuchado, para mí era una gran vergüenza: “Soltá la
vaca ahí que voy a traer el toro. Ya vas a ver cuánto tarda el toro en
cogerse a tu vaca”. Y ahí aparecía el toro y se subía arriba de la vaca y
a mí me daba vergüenza y me daba vuelta, pero era una lucha porque
también quería ver y sentía que era un pecado verlo, pero la curiosidad
me hacía que mirara de vez en cuando. Él se dio cuenta de que yo actuaba
raro, pero no me dijo nada. Vaya a saber qué pensaba ese hombre de mí.
Yo me vine a dar cuenta a esa edad, con 40 años, que así se hacían
los animales. Y me acuerdo de haber observado esa primera vez con
atención como la vaca iba engordando porque dentro se estaba haciendo un
ternero. Y yo pensaba: “¿Por dónde va a salir ahora el ternero?”. Y le
preguntaba a un veterinario, intentando que no se diera cuenta de que yo
no sabía, y cuando parió ahí vi por dónde salía.
Ahí yo pensé que con el ser humano debería ser más o menos igual.
Pero igual me faltaba conocer. Poco antes de casarme supe esto de los
óvulos y de qué pasa cuando hay relaciones y todo eso.
Empezamos a criar chanchos y también se montaban arriba de las
chanchas y empezaban a engordar y después salían un montón de
chanchitos… Pero de eso nunca pudimos hablar delante de Schäfer, ni
siquiera en Argentina cuando yo era encargado de los animales. Estaba
estrictamente prohibido que nosotros preguntáramos de dónde venían los
animales y en todos los libros de estudio que circulaban dentro de la
Colonia esas partes eran tapadas.
(Felipe trae un libro de religión para jóvenes) Vea como esto está
tapado. (Una de las páginas tiene pegado un papel, al sacarlo con
cuidado se aprecia debajo un dibujo del episodio de Moisés abandonado en
una cesta a orillas del río). Si nosotros veíamos a un niño tan pequeño
podíamos preguntarnos “¿de dónde sale ese niño tan pequeño?”. Nunca
vimos un recién nacido. Era para que no nos vinieran pensamientos sobre
cómo podía venir al mundo un bebé tan fresquito. Y realmente no teníamos
ni idea de cómo nacía un niño.
-¿Quién se encargaba de censurar el contenido de los libros?La censura de los libros se hacía en lo que se llamaba la oficina central. Lo hacía el doctor Gerd Seewald con
una señora Úrsula Schmidt que ya falleció. Ellos eran los encargados de
poner en todos los libros los papeles para tapar esas partes. Daba
curiosidad saber qué es lo que estaba tapado. Yo intenté alguna vez leer
debajo, pero era difícil porque estaba muy bien pegado. Hubo uno al que
descubrieron tratando de sacar el papel y fue encerrado por semanas en
una pieza. En el sistema que vivíamos a uno no se le ocurría preguntar
siquiera por qué esos libros estaban tapados. Hasta la curiosidad era
castigada, así que era mejor no preguntar.
-¿Por qué, a pesar de todas estas restricciones a las que
eran sometidos los colonos, a usted se le permitió salir y conocer gente
en el campo de La Solita?Durante todo ese tiempo
en Argentina me dediqué duramente al campo, haciendo crianza de cerdos,
vacunos y otros trabajos agropecuarios. Tenía mucha comunicación con los
vecinos, con mis clientes y proveedores. Aprendí de ellos a tratar
animales y otras cosas. Mi relación con el exterior era abierta
comparada con la vida en la colonia. Todo lo que aprendí de los
argentinos lo aplicaba en mi trabajo.
Schäfer siempre intervenía en mi manera de trabajar y quería
enseñarme de otra forma. Él seguía tratándome como siempre lo había
hecho, como un esclavo, y yo me oponía a seguir sus órdenes y quería
hacerlo tal como lo había aprendido de los argentinos. Como siempre me
oponía a sus intervenciones, me puso un apodo: Contreras.
Muchas veces volví tarde del trabajo de otros campos y no le gustaba que
me duchara a esa hora y solo, por lo que mandaba a Peter Schmidt a
decirme que a esa hora no me podía duchar. No le hice caso y seguí
duchándome cuando lo necesitaba. Sentía que él quería seguir
controlándome, pero nunca más le di la oportunidad, porque a los 35 años
había, por primera vez, gozado de una vida propia y normal estando en
otros países sin el régimen de Schäfer, con la señora Dorothea, Michael y
los demás en Uruguay.
-¿Cómo era la rutina diaria en la casa de La Solita y qué mecanismos de seguridad se adoptaban para resguardar a Schafer?El
día empezaba a las 07:30 y comenzábamos a trabajar a las 8:30. Uno
debía afeitarse, desayunaba en la cocina y a trabajar. Schäfer nos
decía el día anterior lo que debíamos hacer. Él se levantaba a eso de
las 11:00 o 12:00. Cuando llegaba la hora del almuerzo, él recién había
desayunado y empezaba a dar más órdenes: “Haga esto”, “siga por ahí”.
Iba pasando la hora y uno tenía mucha hambre. Muchas veces, como recién
había desayunado, nos hacía seguir trabajando hasta las 5 ó 6 de la
tarde. Era algo terrible.
Almorzábamos todos juntos. La mesa era rectangular y él se sentaba a
la cabecera. A su derecha, Peter Schmidt. A la izquierda, su hija
Rebeca. El menú era igual para todos. En ocasiones a Schäfer se le
preparaba algo diferente, pero no era habitual.
Casa de Campo ‘La Solita’, en la localidad de Chivilcoy, comprada en
1997 por Peter Schmidt para recibir a Paul Schäfer en su fuga de la
justicia chilena.
Se tomaba jugo en las comidas, hecho de las mismas frutas que
teníamos en la quinta: naranjas, duraznos, pomelos, manzanas. A veces él
tomaba Coca Cola. En las comidas no tomaba nada más, pero tenía un
lugar donde guardaba sus bebidas alcohólicas, como champagne, Martini y
whisky, pero eso se lo servía solo, porque para nosotros el alcohol era
un pecado. Nadie le podía tocar esas botellas. Durante mucho tiempo
tomó un vino blanco que se llamaba New Age, que encargaba que le
compráramos en el supermercado. A veces lo compraba él, pero no salía
mucho, no se dejaba ver. Incluso, cuando entraban mecánicos o personas a
comprar o a dejar algo, siempre se escondía. Decía que era porque el
Departamento Quinto de la PDI lo buscaba para matarlo. Siempre nos dijo
eso, pero jamás que era acusado de violaciones y de abusar de nosotros.
Después del almuerzo, debíamos seguir trabajando mientras él dormía
siesta o veía televisión. Siempre estaba descansado y a veces, por la
tarde, pasaba lo mismo que al mediodía, se venía levantando de la siesta
y empezaba con sus órdenes y así seguíamos hasta las 11 o 12 de la
noche.
Y después llegábamos a la casa, comíamos algo y él tomaba la Biblia y
empezaba a predicarnos hasta las 2 o 3 de la mañana. Después le
empezamos a decir que estábamos muy cansados y conseguimos, con muchas
quejas, que dejara de predicar a esas horas.
LAS PRIMERAS REBELIONES
-¿En ese tiempo en La Solita, usted se rebeló alguna vez contra el orden establecido por Schäfer?-En Uruguay me había comprado una máquina de fotos con rollo. Después, en La Solita,
compramos una chatarra de cosechadora y me tocó arreglarla. La desarmé e
hice varias piezas nuevas. Fueron varios meses de trabajo. La primera
vez la sacamos a pedido de un vecino que nos contrató para que le
cosecháramos el sorgo. Al salir le tomé un par de fotos. Cuando habíamos
terminado de cosechar Peter llevaba el sorgo a unos galpones y se le
reventó una rueda del tractor y casi se vuelca. Cuando estábamos cenando
con Schaefer, me preguntó por qué había hechos las fotos de la
cosechadora. Le dije que era porque después de tanto trabajo para
repararla quería guardar un recuerdo. Ahí, a los gritos, me dice:
“¿Para lucirte? ¿No te das cuenta de por qué se le reventó el neumático a
Peter? ¿No te das cuenta que puede ser porque te querías lucir y fuiste
orgulloso”. Nunca más en todos los años que pasé en Argentina saqué una
foto. Siempre tuve miedo de que me retara otra vez de esa manera.
Dos veces me escapé del campo. Quería volver a Chile porque no
aguantaba el maltrato psicológico de Schäfer. Estando con él en
Argentina empecé a rechazar su manera de tratarme. Incluso, una vez
tenía comprado el pasaje a Chile, pero como hice una llamada desde el
terminal de Buenos Aires y Schäfer me habló tan cariñoso, decidí volver.
Cuando yo no le decía muy seguido mis pensamientos, me retaba ante
todos y decía que eso podía significar que tal vez me había salido del
camino correcto o que era traidor. En otra escapada, me arranqué
caminando a Chivilcoy y desde allá llamé a Peter para que me trajera
plata y ropa para irme a Chile. Ahí vino Peter, mandado por Schäfer,
para conversar conmigo. Y Peter me dijo que él mismo había tenido una
inspiración en la que había escuchado que yo podía ser Judas. Schäfer
siempre siguió presionándome psicológicamente porque necesitaba el
control total de las personas.
-¿Cuándo tuvo usted conciencia total de que había sido abusado sexualmente por Schäfer?Mientras
Schäfer estuvo en Argentina, varias veces, con ansiedad, tocó el tema
de buscar a niños como Michael Hopp y otros chicos de su edad para
llevarlos al campo de Argentina. Hoy me doy cuenta que lo hacía para
seguir con los abusos sexuales allá. Afortunadamente ese plan nunca se
concretó.
Un día me conseguí una Biblia y comencé a leerla. Cuando Schäfer me vio con la Biblia me llamó pharisäer (fariseo). No le gustó que yo la leyera. Pero no me dejé intimidar y seguí leyéndola sin ocultarme de los demás, hasta que encontré varias partes donde por fin entendí lo horrible que Schäfer hizo conmigo respecto de los abusos sexuales. Allí me di cuenta de que él siempre afirmaba que lo que hacía estaba de acuerdo con la Biblia y que no era verdad. Schäfer
solo predicó lo que no afectaba su vida secreta de pedófilo. Todos los
temas relacionados con casamiento, familia, amor, conocerse, sexo, no
los tocaba. Y si alguna vez habló de familia o casamiento, los puso como
algo malo. Me dio cada vez más asco vivir con él, porque me sentía
engañado y vendido… Hasta hoy me cuesta comprender cómo fue posible
haber pasado una vida como esa. Lentamente comenzaba a entender, por mi
propia experiencia, aunque todavía no sabía nada en específico de las
acusaciones contra Schäfer, que los abusos existían.
-¿Encaró a Schäfer alguna vez en La Solita por los agresiones sexuales a las que lo sometió cuando usted era niño?Empecé
a enfrentarme con él por lo que había hecho conmigo sexualmente. Fueron
cinco o seis veces en que me quejé y pregunté por qué de sus horribles
actitudes conmigo. En la última ocasión le grité con todas mis fuerzas
al mismo tiempo que lo rechazaba, porque ante mis acusaciones, él
nuevamente abusó de la palabra de Dios para distorsionar lo que yo le
decía. Me dijo que era yo quien tenía que pedir perdón a Dios
por lo que había hecho con él. Le respondí: “Tú cometiste pecado en mí
desde chico y te aprovechaste de mi inocencia”. Me contestó: “La Biblia
dice en el Testamento Antiguo, que los dos deben morir por ese pecado”.
Como Schäfer sabía que yo no podía saber bien lo que dice la Biblia,
se aprovechó y usó el texto que se refiere a partes (hombres adultos)
conscientes. Al final, ya no lo escuché más y le grité todo mi rechazo.
Su respuesta fue: “Mejor que me hubiera muerto”. Schäfer nunca
reconoció ante mí sus maldades, nunca pidió perdón. Todo lo contrario,
ante Peter y Rebeca hablaba mal de mí, como si yo fuera un enfermo
mental, un traidor y un desviado del camino de Dios. Por ello, fui mal
visto por ellos dos también.
Un día estábamos cenando todos, cuando de repente, Schäfer hizo
hablar a su hija adoptiva (Rebaca), quien me acusó de un acontecimiento
entre ella y yo. Cuando terminó de contar, sin escucharme a mí, Schäfer
me atacó. Entonces, yo me levanté con fuerza de la mesa, gritándole dos o
tres veces: “Tú estás predicando la palabra de Dios y tus hechos son
todo lo contrario”. Se levantó Peter Schmidt, agarrándome agresivamente
por el cuello y amenazando con pegarme, hasta que Schäfer mismo le gritó
que me soltara.
LA CAPTURA Y LAS ACUSACIONES
-¿En qué momento el grupo que acompañaba a Schäfer se dio cuenta de que habían sido detectados en Argentina?
Paul Schäfer al momento de ser esposado suplicó al policía argentino que no era necesario.
A fines de noviembre del 2004 Peter Schmidt se enteró que un amigo
en Chivilcoy había sido visitado por la Interpol y que habían preguntado
por Schäfer. Él se cambió a Tortuguitas (provincia de Buenos Aires) con
todos los demás y yo me quedé solo en el campo, haciendo todo el
trabajo con los animales y la prestación de servicios.
Cuando empezaste aparecer tú por La Solita y Schäfer se
enteró de que andaba alguien que no era de acá, siempre sospechó. Nos
decía que tuviéramos cuidado contigo. Por eso, al inicio, cuando estabas
con alguno de los vecinos, nunca nos acercamos. Una vez comenté con
Schäfer que había ido a la casa de un vecino y estabas tú, y que me
preguntaste de dónde era y cómo me llamaba. Ahí Schäfer me dijo: “Le
dije que no se acercara a ese hombre. Yo tuve un sueño que ese hombre
venía acá para capturarme”.
Después de la captura de Schäfer, cuando todos fuimos acusados de
encubridores de abusos sexuales, para mí fue una ruptura total. Nunca
pensé que algo así podría ocurrirme, que yo podría ser involucrado en
estos delitos.
-Pero es un hecho que usted formó parte de un grupo que
prestó colaboración y resguardo a un prófugo acusado de graves
violaciones de derechos humanos y múltiples agresiones sexuales contra
niños.Yo siempre traté de hacer lo correcto dentro de lo
que yo sabía, de lo que me habían enseñado. Yo no conocía el mundo como
lo conozco ahora. Para mí se abrió un mundo diferente cuando comprendí
estos hechos tan horribles. Como me procesaron y tuve acceso al
expediente, al ir leyendo las acusaciones de los chicos, se me confirmó
que lo ocurrido conmigo también lo había hecho con otros niños.
Después de que lo capturaron, varios medios de comunicación me
vinieron a entrevistar. No supe cómo reaccionar, incluso llegue a
defender que Schäfer era inocente. Solo después de leer el expediente
supe toda la verdad.
Peter y Rebeca siguieron manteniendo contacto con Schäfer y se
mostraban muy apáticos frente a nosotros tres: Mathias, Renate y yo.
Ellos seguían con el sistema de Schäfer, lo adoraban como un santo y no
les gustaba que yo me informara de la verdad de las acusaciones. De
repente Rebeca Schäfer y Peter Schmidt nos dejaron solos. Salieron del
país. Primero lo hizo Rebeca y después Peter. En Santiago, fue
encontrada una hoja escrita por ella. Estaba dictada por Schäfer y decía
que me demandaran en Argentina para que yo nunca pudiera regresar a
Chile. Peter Schmidt empezó a ejecutar esas demandas instruido por
Schäfer. Una de las demandas era que teníamos que pagar arriendo por el
uso del predio, que pertenecía a Peter. En el juicio del ministro Hernán
González –por abusos deshonestos–, Schäfer declaró que yo lo había
llevado a Argentina. Por esa declaración me condenaron en el fallo de la
Corte Suprema, aunque se comprobó que yo salí de Chile de forma
independiente sin saber de la fuga de Schäfer.
-Pero usted convivió con un prófugo y con su trabajo generó recursos para sostener su permanencia en Argentina.Yo
salí de Chile con la familia Hopp y después me fui a trabajar en un
campo donde vivía Schäfer sin conocer las acusaciones que lo habían
convertido en un prófugo. Lo único que yo sabía hasta el momento de mi
partida a Argentina era que todas las acusaciones y denuncias que se le
hacían, eran falsas. Eso fue lo que siempre todos en la Villa Baviera
escuchamos.
Lo que cuentan otros jóvenes en sus acusaciones contra Schäfer, en
nada difiere de lo que a mí me hizo. Y tampoco del daño que les provocó a
muchos de los colonos que creyeron ciegamente en él. Por citar un caso
que conozco personal y directamente, puedo decir que Schäfer y Hugo Baar
obligaron a mi padre cuando aún estaba en Alemania y poco antes de
venirse a Chile, a cobrar toda su pensión acumulada –que no era poco
dinero, porque tenía muy buen negocio–, diciéndole que acá no le
faltaría nada. Hoy no tiene pensión y vive de sus hijos.
Yo también fui una víctima de Schäfer. El testimonio que entrego es
prueba de que nunca he pertenecido a una asociación ilícita. Nunca bajo
el sistema de Schäfer tuve un cargo o responsabilidad, nunca tuve algún
mueble o inmueble inscrito a mi nombre, todas las cosas en Argentina
estaban a nombre de Peter Schmidt. Todo lo contrario, decidí venir a
Chile para presentarme y colaborar con la justicia, a pesar de que
Schäfer quería evitar mi retorno.
Reconozco que la vida de Schäfer fue errónea y que yo fui parte de
ello, pero no pude saber que estaba mal porque nací y crecí dentro de
ese sistema. Nunca tuve la oportunidad de conocer otra realidad. Hasta
los 35 años para mí no existían amigos ni conocidos fuera de Villa
Baviera. Tampoco teníamos recursos. No teníamos carnet de identidad y no
se me permitió aprender a conducir vehículos hasta los 30 años. El
castellano lo aprendí en Argentina.
Si miro hacia atrás, internamente siempre tuve una gran ansiedad:
tener a mi lado una persona de confianza y ser amado por alguien.
Gracias a Dios tuve la oportunidad de encontrar una mujer que me ama y
que me entiende, aunque pasé momentos difíciles en que anduve destruido y
desorientado por todo lo vivido. Hoy tengo dos hijas, una de 2 años y
medio y la mayor de 3 años y 7 meses, que me dan mucha alegría y me
ayudan a olvidar el pasado. No he sido irresponsable. Antes de casarme
fui a ver a un médico para informarme de las funciones biológicas para
formar una familia.
En toda mi vida nunca he buscado hacer daño ni mal a nadie. Hice el
camino más correcto dentro de mis conocimientos. Siento injusto que se
me involucre como parte de una asociación ilícita porque nunca participé
en acciones ilícitas. Todo lo aquí he descrito lo puedo confirmar con
testigos. Quiero ser escuchado por la justicia porque todo lo que he
relatado es solamente una pequeña parte de mi vida y de lo ocurrido.
Después de tanto tiempo de sufrimiento y esclavitud recién he empezado a
recuperarme con la ayuda de mi familia y de muchos amigos. Por primera
vez puedo decir que soy feliz viviendo con mi familia, a la que puedo
proveer con mi trabajo. Si soy condenado por un delito que no cometí,
sería el derrumbe de mi vida. De ser así, hubiera sido mejor no haber
formado una familia.
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