Provincia imperial, Chile, julio de 2013
Por: Milan Mauricio
Grušić Ibáñez.
De columnista de
actualidad a cuentista porno.
Mardo, la típica chica de
provincia, llegada a la capital. Hermosa y dulce, llena de sueños y planes para
su nueva vida en una ciudad ruidosa, congestionada, impersonal y muchas veces hasta
enajenante.
Les contaré que fue lo que me
inspiró a escribir esta historia.
Aun recuerdo ese caloroso día de
invierno, que llamaba a despojarse de los abrigos y botas, para abrir paso a
algo más liviano, suave y vaporoso. Un típico veranito de San Juan que nos hizo
desprendernos del exceso de ropaje.
Ya consciente de su despertar,
algo vergonzoso, lo primero que se le vino a la mente fue culpar al loco clima
de Santiago por su situación corporal. Claramente, la Mardo no tenía idea de lo
que le esperaba, por culpa de su calentura, en ese curioso día de invierno.
Tomó una larga ducha,
para tratar de quitar el hircismo y refrescar su cálida piel, que parecía que
iba a inflamarse de la nada. Curiosamente, cada vez que se enjabonaba, sentía más
calor, como si su bella naturaleza expuesta quisiese decirle algo que ella,
hasta ese momento, no entendía. Su mente ya no le pertenecía y era el instinto
el que tomaba el poder, lentamente, haciendo que su sofoco fuese inaguantable,
pero delicioso.
Como estaba sola, no se preocupó
de ponerse una bata, simplemente salió del baño con la clara intención de
preparar su desayuno, haciendo alarde de su largo y negro cabello sedoso, aun húmedo
y chorreante. Las gotas de agua caían desde su cabello, para recorrer su figura
desnuda y ceñida, con total desparpajo e impudor. En el camino, sin pensarlo, abrió las
cortinas y las ventanas, para dejar entrar el fresco mañanero, no preocupándose
si algún mirón malicioso pudiere estarla observando a lo lejos. Se sentía tan
cómoda que de haber podido, habría salido en cueros a la calle. “Chica mala”, se dijo. Una niña de
familia evangélica no podía darse el lujo de pensar en esas cochinadas.
Luego de un exiguo desayudo, se
digirió a su cuarto, para ver que podía ponerse y así salir a disfrutar de ese
hermoso día. Un vestido cortísimo de tela blanca casi traslucido, que hacia
lucir su hermoso color de su piel canela, fue el elegido para conmemorar ese
veranito de San Juan. Pero, su mente estaba en las nubes y no se percató de que
no se había puesto ropa interior. Se veía hermosa…
Como todo buen domingo
santiaguino, las calles estaban vacías, ni siquiera un mendigo limosneando por
la acera o un parroquiano despistado, corriendo a la misa mañanera de su
congregación, una completa y holista ciudad fantasmal post-apocalíptica. Aparentemente,
siendo ella la única sobreviviente del Armagedón de la semana, sencillamente,
rauda y decidida, se dejó llevar por sus pies, hasta donde ellos quisieren
llevarla, haciendo gala y moviendo sus
fascinantes caderas con total descaro y desvergüenza, siendo las calles y
edificios, los mudos testigos de aquel evento quimérico.
Al percatarse, después de un buen
rato, se vio en las cercanías del cerro Santa Lucía, en el medio de Santiago.
El sol recorría desahogadamente su angelical rostro, su suave cabello aun
húmedo, sus hermosas piernas y sus delicados brazos. De pronto, recordó que en
ese cerro había un jardín muy bello, llamado “El Jardín Japonés”. “¿Por qué no hacer una corta visita a ese
encantador lugar?”, pensó la
Mardo , sin presagiar lo que pasaría.
Al llegar al dichoso Jardín
Japonés, la Mardo
se percató que estaba cerrado para las visitas. Su cara se entristeció y la
desilusión se hizo presente, ya que no podría disfrutar ese día hermoso, en un
lugar tan mágico y alucinante. Pero, curiosamente, no había nadie en el cerro,
ni en el entorno del Jardín Japonés. Nada de guardias, ni jardineros, completa
y absolutamente abandonado de la presencia humana, únicamente, era acompañada
por las aves silvestres del cerro y un
perro callejero amodorrado por el calor del momento.
“¿Por qué no? Nadie se daría cuenta si entro clandestinamente a ese
paraíso”, pensó. Y, una pícara sonrisa apareció en sus carnosos labios de
hembra joven, acompañados de un enigmático brillo en sus encantadores ojos.
Ya adentro del jardín, decidió ir
a un lugar alejado del acceso, para no ser vista. “Hay que ser precavida”, se dijo.
Después de recorrer, hasta ese
momento, su jardín secreto, encontró el espacio perfecto para perpetuar su
clandestina visita. Una vista paradisíaca, con un cielo desbordante de azul
intenso, un lugar lleno de césped recién cortado, flores de muchos colores y coronado
con un bello durazno en flor, algo indudablemente poco típico en esa temporada
invernal. Decidió tenderse en el césped para relajarse y tratar de sacar ese
calor que aun la tenia intranquila. Sin embargo, una voz en su interior le
insinuó, atrevidamente, que se quitase el vestido. “¿Quién se enteraría?”. Nadie la conocía en la ciudad y tu familia
vivía en un pequeño pueblito perdido, del sur de Chile.
Lentamente, fue despojándose de su
diminuto vestido blanco cuando, “¡oh!”…
Sorpresa… No llevaba ropa interior. Sintió, repentinamente, que era observada.
Con sus finas manos, tapó sus bellos pechos y su entrepierna completamente
depilada. Pensó que estaba loca, que la descubrirían y que no sabría que hacer,
pero algo la tranquilizó. Nuevamente la voz la llamaba al relajo y a entender
que nadie la estaba viendo, que estaba total y absolutamente sola en ese jardín
de ensueño.
El sol, manifiestamente,
gozaba de tal excitante espectáculo de la bella moza desnuda en el césped. Sus
rayos la recorriendo con delicadeza, saboreando todas sus curvas y pliegues de
su caliente y excitante figura. Sin duda era un deleite desfrutar de sus pechos
libres y sin ataduras, de sus largas y contorneadas piernas, incluso de su
ardiente entrepierna, que a cada segundo se dejaba ver más y más, ya que, sin darse
cuenta sus piernas, lentamente, se separaban; para recibir, generosamente, los
rayos del pícaro sol de invierno de ese veranito de San Juan.
El tiempo se hizo eterno, y no
percibió que era medio día y aun disfrutaba en plena soledad y desnudez, en ese
jardín de fantasía.
Un ruido repentino la despertó y perturbó.
Alguien había pisado unas hojas secas y eso significaba que estaban observándola.
“¿Quién podría ser el imprudente maldito
que se atrevió a despojarme de ese seráfico y espiritual momento con la
naturaleza?”, se preguntó la
Mardo , molesta y avergonzada de su desnudez.
Se sentó rápidamente y trató de
buscar su vestido, pero, no estaba en ningún sitio. Estaba segura que lo había
puesto cerca, por cualquier imprevisto, ¡pero no estaba!
De pronto, apareció un joven mozo,
de claros rasgos pascuenses, que se acercó hacia la Mardo que temblaba de espanto,
terror, vergüenza e incluso excitación.
Velozmente con sus manos, taparon
sus pechos y su pubis, en una reacción refleja ante tamaña vergüenza
inesperada. Pero algo la horrorizó… El pascuense estaba completamente desnudo,
mostrando con desenfado una prominente erección de un pene, verdaderamente
descomunal. La Mardo
estaba paralizada por completo, quería pedir ayuda y gritar, pero su voz no
respondía ante su desgracia y su apocamiento.
El pascuense híperdotado entendió
a la perfección el mensaje del joven, caliente y palpitante cuerpo de la Mardo.
El muchacho fue acercándose hasta
quedar a centímetros de esa hermosa entidad desnuda, tendida en el césped. Su
enorme verga erecta apuntaba directamente a la boca de la Mardo , que sin poder moverse,
por la voluntad de sus deseos íntimos y secretos, sólo atinó a tomar ese mástil
entre sus pequeñas manos, dejando sin protección y a la vista del cazador, su
ardiente zorrita y sus duros pezones achocolatados. Nunca había tocado una pija
tan grande y aunque tersa, parecía una roca hirviente. La Mardo no concebía lo que sus
manos hacían, como si vida propia tuvieren. ¡Estaba masturbando a ese
desconocido y joven pascuense! Le estaba haciendo una paja a ese muchacho y la Mardo lo disfrutaba desquiciadamente.
El rostro del astuto mozo evidenciaba,
claramente, que comenzaba a tomar el control de la situación y sin algo que lo
impidiere, la tomó de la nuca y dirigió su pija hacia la boca abierta de la Mardo , que dejaba develar
las ansias de probar semejante bocado héctico, a su disposición.
Apenas podía entrar en su boca,
pero la Mardo
hacia lo posible por no dejar trozo sin saborear. Un sabor salado y acido, plenamente
equilibrado, la hizo perder la cordura y acrecentar la rapidez de su felación
salvaje, al punto del ahogamiento.
Después de varios minutos, en un
mete y saca frenético, en la boca de la Mardo , una brutal eyaculación inesperada la hizo
probar el exquisito y excitante sabor de la lujuria y el morbo. No podía apreciar
lo que tenía en su boquita. Tenía ganas de escupirlo, pero como pudo lo mantuvo
un buen rato en su boca, para luego engullirlo, lentamente, como si de caviar Beluga
se tratase.
El mozo avispado, con su pico aun
duro y erecto, se puso de rodillas entre las piernas de la Mardo , para brindarle una
lamida que jamás olvidaría, en su esperanzada concha jugosa. Era una realidad,
un desconocido estaba entre sus piernas desnudas, lamiendo su zorrita
palpitante y deseosa de un buen pedazo de carne y músculo. Habrán sido minutos
u horas, pero lo cierto es que la pobrecita Mardo ya no tenía control corporal y mental. No sólo era gozada por ese extraño
visitante sino que, además, era posesa de su propia pasión y su lujuria.
En eso, un temblor inusitado y
poderoso sacudió su cuerpo, advirtiéndole que había llegado su primer orgasmo y
del sacudón, azotó bruscamente su nuca en el suelo, dejándola por algunos
segundo inconciente, a merced del pervertido pascuense, que sin dudarlo se
irguió para situar la punta de su glande en la estrecha entrada de la intimidad
de la pobre Mardo. Cuando abrió los ojos, después del sacudón, se dio cuenta de
lo que se venía e intento suplicarle que no lo hiciese, pero la maliciosa sonrisa
del pascuense lapidó la ingenua petición de la chica. El potente enviste del pascuense la hizo
lanzar un grito agónico y curiosamente suspiroso. ¡Estaba siendo violada por un
desconocido y eso parecía gustarle!
Al intentar incorporarse para poder
ver a ese indiscreto invasor carnoso de su zurrita, metido hasta el fondo, la Mardo quedo casi
impresionada al ver que la dura pichula del chico apenas había entrado,
faltando mucho por enterrarse y cumplir su cometido perverso. Sus jugos
vaginales facilitaban que el pascuense siguiese metiendo más y más su enorme
trozo de carne en la pequeña zorrita de la Mardo.
Un segundo orgasmo se hizo presente, con mayor fuerza, pero
esta vez la chica pudo tragarse su grito y entregarse al placer.
Ya totalmente adentro de ella, el
pascuense comenzó su faena, embistiendo suavemente la zorrita húmeda de la
chica. El mozo se puso sobre ella y con sus enormes manos apretó las suaves y
generosas tetas de la muchacha, haciendo que esta abriese sus labios carnosos,
lo que el pascuense valió para besarla desesperadamente, como si se tratase del
último beso de su vida. Sus alientos se mezclaron y sus salivas fluían como si
de un río se tratase. La Mardo
comenzó a moverse al ritmo del pascuense, que a cada rato se hacia más
frenético y violento en su penetración. Ambos se abrazaron fuertemente como
intentando impedir el paso del tiempo, que ese momento no acabase y que se
perpetuare por décadas y siglos.
Sus cuerpo, consumadamente
sudados, aparentaban estar en plena coordinación en una danza excitante de
pasión y morbo, ambos desnudos, en un jardín público, en pleno centro de
Santiago, culiando como bestias en celo.
En eso, el pascuense violador se
incorporó y tomó a la Mardo
por las piernas y la dio vuelta, boca abajo, poniéndola en cuatro patitas, con sus
caderas levantadas. Innegablemente, era una posición de sumisión total de la chica,
ante el intruso rapanui. Ella no podía ver que pasaba, pero sin duda el chico
tenía control absoluto de la situación y vista dominante de las duras y juveniles
ancas de su víctima, que sin mediar palabras le brindó cuatro fuertes palmetazos,
ocasionando un quejido resignado de la moza, junto con un enfurecido ardor y
enrojecimiento de su nalga. La enorme mano del pascuense quedó completamente tatuada
en el trasero de la pobre chica que, humillada en esa posición, dejó deslizar
una lágrima por su mejilla y una leve sonrisa de satisfacción se dejó ver de
sus candentes labios, únicamente, para la naturaleza que la rodeaba.
Fue ahí cuando irrumpió su tercer
orgasmo, que la hizo apretar fuertemente los dientes y poner su mano en la
boca, para no develar el descontrol de tu cuerpo ante ese atrevido desconocido.
Violentos envistes dieron a
entender a la chica que la follada continuaría hasta que él decidiere cuando
acabar. La Mardo
se encontraba en pompas, recibiendo ese enorme pedazo de carne hasta el fondo
de su jugoso y caliente chorito. Pero, algo pasó que la hizo preocuparse. El
pascuense sacó tu pija y la dirigió hacia su culito, que hasta ese momento era
total y absolutamente virgen.
No alcanzó a decir “¡por ahí Nohhh!”, cuando recibió un
poderoso enviste que la dejó con los ojos en blanco, al borde de perder la consciencia.
Había sido violado su culo hermoso y más encima no podía entender que el dolor,
fugitivamente, se transformó en un placer sin igual, haciendo que sus jadeos se
amoldasen con cada arremetida, dejando que la saliva corriere y se deslizase
libre por su pequeña barbilla.
Un cuarto orgasmo explosionó, sin
previo aviso, la hizo quedar con su mejilla apoyada en el césped, su vista
perdida y su mente en Júpiter, pero un par de fuertes y brutales nalgazos la
hizo reaccionar y concentrarse en el placer que estaba recibiendo, como
recompensa por andar desnudándose en un lugar público.
No aguantó los deseos y la Mardo comenzó,
frenéticamente, a estimular su clítoris con sus delicados deditos, mientras era
culiada, salvajemente, por el violador isleño. Visiblemente, buscaba el quinto
orgasmo y estaba sin duda en el camino correcto, a punto de conseguirlo.
Maravillosamente, el pascuense apresuró sus embestidas. La Mardo intuyó que el chico
acabaría pronto. Así que se puso manos a la obra y dio paso a una feroz paja
para tratar de acabar al mismo tiempo que su abusivo desconocido. Después de
algunos minutos, un desahogo al unísono se hizo sentir, pues la Mardo tuvo un poderoso y
larguísimo quinto orgasmo; y, su pícaro incógnito, comenzó a eyacular copiosamente
dentro de su culito, haciendo sentir claros sonidos guturales de triunfo y
satisfacción, ante la misión cumplida. Para la Mardo fue un orgasmo increíble que la hizo
quedarse inmóvil, con los ojos cerrados, disfrutando ese hermoso momento. Ella
sintió que el intruso moreno sacó su formidable pico de su culo, dejando un
enorme vacío, sin impedimento para que el calido fluido espermático se
deslizare por sus hermosos y turgentes muslos, mezclándose con sus propios
fluidos vaginales que igualmente corrían sin freno, originando una fina
escarcha de abono en el agradecido verde césped del Jardín Japonés.
Allí quedó un buen rato, con su
rostro en el césped y su colita muy paradita y húmeda, como claro indicio de lo
que había ocurrido. Pero algo no estaba bien, había mucho silencio y no escuchaba
a su rapanui anónimo, ni siquiera la agitada respiración de hace unos segundos
atrás, de aquel mozuelo sinvergüenza. Intentó incorporarse de apoco, ya que el
dolor de sus músculos le recordaban lo sucedido. Estaba totalmente consumida,
agotada, al borde del desvanecimiento. Pero, ¡sorpresa! El pascuense había desaparecido,
no había nadie a su alrededor, estaba completamente sola. Eso sin duda la
entristeció, ya que nunca pudo saber su nombre o su número de móvil, sin duda
nunca más sabría de el.
Repentinamente, entendió en donde
se encontraba. La razón, por primera vez en el día, se apoderó de sus sentidos y
recordó que aun su escurridizo vestido estaba extraviado. “¿Qué puedo hacer en ese lugar, sola y desprotegida, completamente
desnuda, reculiada y bañada en semen?”, se inquirió. Nuevamente, el espanto
y la preocupación se vieron reflejados en su rostro, ya no tan inocente. Si la
descubrían así podrían llevarla detenida por escándalos a la moral y las buenas
costumbres o ¿peor aun?, ¡nuevamente violada!.
Recorrió el Jardín Japonés por
completo, pero, horror…
Angustiada, se percató de la
presencia de un viejo jardinero, que escondido había estado mirando toda la
escena. El vejete, con una sonrisa socarrona le gritó “¡cochina!”, como queriendo regañarla por haber hecho semejante
espectáculo público. Otramente, se horrorizo cuando vio que el fugitivo vestido
estaba en las manos de ese viejo asqueroso, que además, se estaba pajeando descaradamente
frente a ella. ¿Qué podía hacer una muchacha provinciana en una situación
semejante, desnuda, violada, en un lugar público, frente de un viejo pajero que
sostenía su vestido, su única llave para la libertad?
El sucio viejo lanza un sonido destemplado
y comienzo a eyacular arrebatadamente, lo terrible de esa situación fue que
utilizó el vestido de la Mardo
para limpiarse. Al guardarse tu pequeña desgracia, el viejo lanzó el húmedo
vestido a los pies de la chica desnuda y se marcha sonriendo y diciéndole a lo
lejos “¡cochina!”.
(Y aquí entro yo, en esta historia
de mi pobrecita amiga Mardo).
En su rápido camino a su
depa, notó que alguien la seguía, razón que la hizo acelerar su paso, pero el
asechador logró darle alcance y la detuvo bruscamente. La Mardo sintió que su corazón
iba ha reventar de tanta emoción sufrida en ese día. Pero el desconocido se
acercó a su oído y le dijo. “Hermosa,
tiene el vestido levantado y andas con el poto al aire”. La Mardo suspiro de alivio, sonrió
y agradeció la caballerosidad del desconocido, que sin dudarlo le dio un buen
palmetazo en la nalga de la bella muchacha, que aun llevaba traza de la mano de
su amante fantasma. Sin pensarlo y abundantemente ruborizada, cruzó velozmente la
calle y entró a su edificio, donde por fin conseguiría la seguridad y la paz
anhelada, por horas. Aunque, cuando tomó el ascensor de su edificio, pensó: “¡Este próximo domingo volveré al Jardín……!”.
Así fue como conocí a esta
delicada mocosa, de gentil sonrisa, que caminaba con su culito al aire, por las
desolabas calles de Santiago en domingo. Y cuento esta historia porque soy un
asiduo visitante del Jardín Japonés del cerro Santa Lucía y aunque no soy
pascuense ni jardinero, soy un muy buen observador de la naturaleza y tengo plena
vista del depa de la Mardo.
Soy su vecino y en ocasiones un mirón malicioso...
¿CONTINUARÁ…?
Dedicado a mí querida amiga Mardo.
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